David Vélez nace en un pequeño pueblo del Campo de Montiel, Torre de Juan Abad, el mismo año de aquel golpe de Estado, en el mismo día que intentaron matar a Karol Wojtyla y siendo el tercer varón, cosa que no entusiasmó a sus padres, quienes soñaron con una mujercita. Estos cuatro factores -su pueblo, Tejero por ahí dando tiros, Ali Agca disparando a Karol y el deseo familiar truncado por culpa de su género-, configuran su enrevesado e intrincado carácter, tremendamente dicotómico. Debido al negocio familiar, la restauración, crece y se desarrolla su estética entre tardes de fútbol, de toros y de cervezas; entre poetas venidos a menos y borrachos; entre tubérculos polvorientos y pollos asados con aromas a cerveza Águila y a cítricos. Desarrolla una sexualidad impulsiva y frustrante. Es incapaz de dejar de correr, dando vueltas a un campo de fútbol, consiguiendo correr tres campeonatos de España de Cross, pero su entorno dilapida su carrera.

De esta guisa aparece en Madrid, sin necesidad ni motivación alguna. Encuentra Madrid como una respuesta espejo de su psicología, siente la ciudad colapsada e inundada de angustia. Es el momento de vagar por la Complutense estudiando Filosofía, de trabajar en discotecas por la noche y de estudiar teatro en la RESAD… 

La angustia se convierte en una espiral dantesca que no le abandonará jamás.

Toda su formación pasa por el filtro de su pesadumbre intelectual, de su infancia perdida y de su nihilismo espiritual. Entre tanta tiniebla, descubre a Balzac, a Ernst Bloch, a Dostoievski, a Blasco Ibáñez, a Martha Nussbaum, a Brecht, a Niezstche, a Kantor, a Pina Bausch, a Grotowski… ¡Ahí encuentra el oxígeno para responsabilizarse de una vez con su vida!

Logra hacer cosas: trabajar como escritor en una empresa de publicidad, crear eventos a gran escala en varias localidades de España, programar dos espectáculos en el Avignon Festival Off, participar en varios festivales de teatro nacional, ganar múltiples premios (en teatro, poesía, cocina o pedagogía), publicar novelas, crear una editorial, abrir un pequeño restaurante.. pero nada le llena tanto como su apasionamiento por la resurrección: consigue rehabilitar un cine abandonado y convertirlo en un increíble Teatro. Tan increíble que le otorgan el Premio Arcos de AMITHE en 2019. Aunque tras este aluvión de hermosura, llegó la podredumbre del ser humano. Un despecho amoroso le arrebata su preciado templo.

Sin embargo, y como es la vida para quien no se enmascara, encuentra el camino que venía buscando desde que aterrizó en Madrid: un lenguaje propio, una estética identitaria y la paz, su propia paz.

Lo demás es cuestión de vanidad porque está convencido de que nada puede decirse de uno mismo, más allá de los hechos.

Fotografías CucuFlash