NOTA TRES. Las mansiones líquidas.

David Vélez

VERSO II

Aparecen EL TUMULTO con sillas en el cuello. Su andar es torpe, ramplón, extraño. Extravagante. Hacen cosas raras. Unos las abren y las cierran. Están huecos los cuerpos. Crean montículos con ellas. Se caen. Suben. Colocan. Torpes. Se chocan entre sí. Se caen. Se levantan.

[NOMENCLATURA DE MOVIMIENTO SOBRE LAS SILLAS]

Aparece en primer plano una biga con dos corceles, EL CABALLO con párkinson. Anda a cámara lenta. EL AURIGA se queda en el micrófono. EL CABALLO se queda en el muro de ladrillos. LA YEGUA se queda observando a la muchedumbre que no deja de moverse, sin llamar mucho la atención.

AURIGA: Nuestros cuerpos se quedan deshabitados, no podemos con todo. Nos sentimos, la mayoría de las veces, extraños ante nosotros mismos.

La vida nos sangra.

Hay que navegar.

La peste, el hedor, la sinrazón nos sangra.

Hay que navegar.

Una vez subidos en nuestro propio cuerpo es más fácil ponerse Vick Vaporub en las fosas nasales.

Pero aún así, aún así, no podremos con todo.

Eso es impensable. Incluso agotador.

No podremos con el huracán del vivir: miedo, angustia, infortunio, la ira que genera un cadáver…

Por eso la vida nos despropia de nuestro cuerpo.

No vamos a poder con el tumulto.

Ni con el infierno.

Entonces llega la quietud.

El temblor.

El estupor.

Y pronto una palomita herida se templa sobre el rellano de tu puerta, el petricor incólume atraviesa tus pulmones, las sábanas limpias acarician tu cuerpo, el sexo impoluto, la amistad inicial, te abrazan…

Y todo se transforma. La vida es porque ya has despegado.

Seamos crueles por un momento, hemos construido nuestro mundo pisando nuestras heces y las del otro.

Pero no pasa nada, sabedores de habitar nuestro propio cuerpo, avanzamos.

Echamos a andar, a rodar juntos como cántaros bajando una colina.

Despeñándonos.

Abrazándonos fuertes. Insondables.

Y sonreiremos, repletos de cicatrices, sobre el manto fértil de un mañana.

Fragmento de pieza teatral para LUCIÉRNAGA 2024.

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